Y se quedarán los pájaros cantando.
El silencio, aquel heraldo de infortunios, ese vacío al que
mas teme el hombre del siglo XXI, ese demonio que nos obliga a pensar, a estar
con una conciencia con la que no queremos convivir, que nos obliga a recordar
sucesos y sensaciones que no queremos recordar, el silencio nos acerca a Dios,
pero también a nuestros propios demonios; vestigios de la muerte y de la
decadencia que, inexorablemente, se lleva todo lo que amamos y nos deja solos, solos
ante un mundo hostil, ante el paso del tiempo, un tiempo que siempre quisimos
echar atrás, un tiempo que, de hecho, a veces soñamos con echar atrás. En las
ensoñaciones propias del duelo la mente juega esas malas pasadas, como si de
una alucinación lovecraftiana se tratara, pero, por desgracia, mucho mas real y
mucho mas cruel. Cuantas veces hemos soñado con ese tiempo afable y feliz, cuantas
veces hemos tenido incluso la sensación de que eso no puede estar pasando, que
es una mala pesadilla, que un día despertarás y todo volverá a ser como antes,
que volverás a reunirte con tantos seres queridos que, conscientemente sabes
que nunca volverán, que jamás volverás a verlos, que se han extinguido para
siempre, simplemente han dejado de existir como tú también algún día.
Ese mundo onírico, maravilloso e infernal, muchas veces juega
con esas fantasías, mientras la parte mas consciente de nuestro cerebro intenta
seguir su vida con normalidad, intentando esquivar cualquier pensamiento que
pueda alterar la agradable normalidad de la rutina, en nuestro subconsciente se
aglomeran pensamientos de todo tipo, desde los mas oscuros y abisales, los
cuales no merece la pena mencionar, hasta aquellas exaltaciones esperanzadas y
heroicas de las que se nutre la naturaleza humana sobre la vida más allá, es
por ello que ese subconsciente inquisitorial hace del mundo de los sueños ese
particular nicho de felicidad y añoranza en el que todo vuelve a ser como antes,
un mundo sin dolor y sin desgracia en el que todo y todos son eternos, sin
embargo, al despertar uno se da de bruces con la realidad, ahí encontramos la
malevolencia de nuestro mundo interior, como puede ser capaz de rememorar con
tanta fidelidad tantos momentos felices cuando sabe que la ilusión llegará a su
fin como la vida misma. Que es irremediable, que el dolor sigue ahí, aunque lo
disimulemos, que nada va a cambiar aunque lo deseemos con todas nuestras fuerzas,
es ahí cuando te das cuenta de que nadie va a volver, de que todo ello ha
ocurrido y así seguirá y mientras, el silencio, la amarga melodía de la soledad
que acompaña los momentos de dolorosa iluminación, el silencio es la antesala de
la muerte, de la podredumbre, de la melancolía y de la nostalgia. El silencio
ataca y siempre vence, el silencio desgarra, acompaña a la oscuridad, una
oscuridad que absorbe todo alrededor, una oscuridad para la que no hay salida
porque representa el fondo del pozo de una soledad que nunca se verá acompañada
ni satisfecha porque quien lo podía llenar simplemente ha dejado de existir y lo
que quedan de ellos son huesos y cenizas.
Y mientras, ves como todo se va destruyendo a tu alrededor, ves
como todo se derrumba sin que tu puedas hacer nada por evitarlo, pero tampoco lo
intentas porque no merece la pena, sabes que no hay solución, sabes que estás
solo, sabes que nunca nadie lo va a comprender, no existen la compasión ni la
misericordia, solo esperas los golpes y los recibes estoicamente, no va a haber
final nunca, entonces, en esos momentos de desgraciada lucidez lo comprendes,
lo que mas has temido, la que te ha golpeado una y otra vez es la única forma
de salir, una curiosa broma del destino, te pones la máscara de Pagliacci
mientras afrontas que no hay esperanza ni la va a haber nunca, y sigues
adelante sabiendo que, al final, se quedarán los pájaros cantando.
Caco, 2020
:) me encanta 😍
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